
LAS DISTOPÍAS COMO CONSPIRACIÓN
Amaia Zufiaur | Audiovisual de la Conspiración #1
Mucho se ha escrito sobre el poder profético de la ficción, y es que adivinar el porvenir no es tarea sencilla. Toda obra artística, da igual en qué época esté ambientada, habla de su tiempo, sus preocupaciones, sus conflictos… pero, a veces, puede retratar eventos o situaciones aún no vividas. Por medio de la especulación, observando el mundo contemporáneo y sus pautas, se pueden deducir los caminos por los que nos va a llevar el tiempo y la sociedad. Y es que los mundos imaginarios de la ficción beben principalmente de la realidad inmediata que percibimos y lo que conocemos como lo verdadero. En la ciencia ficción, en las distopías principalmente, se tiende a la exageración para hacer una crítica de la sociedad mostrando la contraparte oscura de las tendencias que se siguen, una hiperbolización que sirve como juicio y análisis.
Están entre nosotros
Las resonancias de la conspiración
En 1988, John Carpenter estrenó Están vivos (They Live). Lo que en un principio podría entenderse como sátira cruel o crítica mordaz sobre el mundo, sus peligros y contradicciones, acabó siendo el reflejo de una pesadilla hecha realidad. Esta película se estrenó a finales de los 80, cuando Ronald Reagan gobernaba por segunda vez, años tremendamente consumistas en Estados Unidos. Carpenter se mostraba en desacuerdo con las medidas capitalistas del gobierno de su país y así lo reflejó en su película. En esta obra, que hoy es cinta de culto, se criticaba el control de los medios de comunicación y la influencia que estos tenían para representar el mundo y cambiar la concepción de las personas sobre la realidad. La publicidad, sin llegar a los niveles invasivos de hoy en día, se expandió enormemente en los 80 y ganó mucho poder. Según pasan los años la información cada vez está controlada por menos empresas y el monopolio va en aumento. En aquella década, los medios de comunicación norteamericanos estaban controlados por varias decenas de empresas, cuando hoy en día no llegan a la media docena. El miedo que se representó en esta película cada vez es más real en la actualidad.
Carpenter escribió Están vivos bajo el pseudónimo de Frank Armitage, adaptando libremente un relato de Ray Nelson: Eight O’Clock in the Morning (1963). El protagonista de la película es John Nada (Roddy Pipper). Personaje con un apellido simbólico: como es “nadie” puede ser cualquier persona, es una representación universal del individuo perdido y a la deriva. Este nómada va de ciudad en ciudad en busca de trabajos temporales para ganarse la vida. Al poco de llegar a Los Ángeles, encuentra escondidas unas gafas de sol que cambian su visión de las cosas. Con estas gafas especiales descubre que el mundo entero está inundado de mensajes subliminales para lavar el cerebro de los humanos y convertirlos en esclavos. Esta revelación va seguida de otras, y es que importantes personajes de la televisión, la política y personas que le rodean, son en realidad alienígenas camuflados. En esta vuelta de tuerca al tópico de las invasiones, no se representa el miedo a algo que pueda pasar, en la película ya ha sucedido. Todos están encarcelados y no se habían dado cuenta, por lo que el miedo y la paranoia es aún mayor.
En los setenta, aparecieron un buen número de películas con la temática de las conspiraciones. En esa década se pueden encontrar los ejemplos más conocidos, thrillers enfocados en periodistas investigando complots políticos. En los ochenta, con la llegada de Reagan y su patrioterismo, el cine se llenó de villanos extranjeros. Algo que ya se había visto en la ciencia ficción en La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956), metáfora del temor a la expansión comunista, y su remake La invasión de los ultracuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Philip Kaufman, 1978). Películas sobre invasiones alienígenas que parecen resonar en Están vivos.
Ver la realidad
O los anteojos críticos de la realidad
Las icónicas gafas de sol de la película permiten ver una realidad sin adulterar, eso que los extraterrestres han ocultado. Proporcionan una visión no influida por la publicidad y los medios de comunicación. En la película lo que se ve a través de las gafas está en blanco y negro, mientras que sin ellas todo está en color. Unos años antes de estrenarse Están vivos, el magnate de la televisión Ted Turner realizó la coloración de varias películas clásicas en blanco y negro. Muchos estaban en contra de esta idea, incluido Carpenter, que decidió introducir las gafas de sol como una herramienta para ver la realidad tal y como era en referencia a este episodio de la televisión norteamericana. Por ello lo verdadero y original está en blanco y negro y lo artificial a color.
Mirando a través de las gafas podemos ver que en carteles que anuncian vacaciones en realidad pone “OBEY” (Obedece) o que los dólares son papeles que llevan escrito “THIS IS YOUR GOD” (Este es tu Dios). En el documental Guía ideológica para pervertidos (The Pervert’s Guide to Ideology, Sophie Fiennes, 2012), el filósofo Slavoj Zizek intenta desvelar la omnipresencia de la ideología desenmascarándola en los lugares más insospechados utilizando como ejemplos algunas de las películas más icónicas de la historia. Zizek dice que las gafas de Están vivos funcionan como anteojos de crítica a la ideología. Como si con este complemento se pudiera desencriptar la ideología del entorno.
El filósofo explica que pensamos que la ideología es algo que nubla, confunde nuestra visión directa. Pero también dice que “De alguna manera disfrutamos la ideología. Salir de la ideología duele, es una experiencia dolorosa. Debes forzarte a ti mismo a hacerlo”. Esto se muestra en la escena de la pelea. John Nada intenta forzar a su amigo Frank Armitage (Keith David) a que se ponga las gafas para enseñarle la verdad y que todos son víctimas de un engaño (este personaje comparte nombre con el pseudónimo de Carpenter, como si el director se hubiera introducido en la película o señalando que él se siente identificado con el mismo conflicto). Frank responde de manera agresiva e irracional, no quiere ponerse las gafas por nada del mundo. “Es como si fuera consciente de que vive en una mentira. Sabe que las gafas le mostrarán la verdad pero que esta va a ser dolorosa”, analiza Zizek y añade “Cuando te pones las gafas ves la dictadura en la democracia. Es el orden invisible”.
Se puede entender los gobiernos de las distopías como conspiraciones en las que muchos de sus esclavos, con su silencio y sumisión, contribuyen al gran complot. Hay muchos que saben que el mundo en el que viven está mal pero no lo quieren admitir, prefieren vivir “libres” en su ignorancia, eligen tomar la pastilla azul. El espectador lo sabe y vive la sensación de opresión, miedo y frustración del protagonista encerrado que se rebela en la falsa libertad que se ha impuesto. Como en Matrix (The Matrix, Hermanas Wachowski, 1999) o Ciudad en Tinieblas (Dark City, Alex Proyas, 1998), sueños de una realidad amañada donde está latente esa sensación de que lo que se ve no es de verdad, que tiene que haber algo más.
En Están vivos lo real se representaba en blanco y negro y en Matrix el mundo simulado tiene un tono verdoso, como la atmósfera enrarecida de Ciudad en Tinieblas. En los tres films hay una preocupación constante por la representación de ese entorno falsificado y el miedo a un enemigo oculto. La conspiración a la que más se teme es a que no nos dejen ver la verdadera realidad. Estas películas retratan de forma siniestra el miedo y desconfianza que tenemos sobre todo en la actualidad a lo que se conoce como el “relato oficial”.
De alguna manera, quien controla la información controla nuestra visión sobre la realidad. La supuesta objetividad de la información acaba por desaparecer en un tiempo en el que cualquiera puede informar y se teme que la información esté diseñada y dirigida a engañar a la población para mantenerla “dormida”. Por eso Están vivos tiene un carácter siniestramente profético. Cabe señalar que el propio John Carpenter dijo hace unos años que era más un documental que una película de ciencia ficción. Es la invocación de una realidad imaginada, esto es, hiperstición. Este concepto desarrollado por Nick Land y la Cybernetic Culture Research Unit a finales del siglo XX, hace referencia a una ficción que acaba por convertirse en realidad. Es una “profecía autocumplida”. Una vez aceptados los augurios que hace esa ficción, esta acaba por hacerse verdadera.
¿Quién conspira?
En todas las películas mencionadas hasta ahora, aunque el enemigo estuviese oculto e infiltrado, este al final toma una forma corpórea. Alienígenas o máquinas. Pero el antagonista principal en Brazil (Terry Gilliam, 1985) es la burocracia, un enemigo sin rostro ni mente que lo ha dominado todo y que derrota a cualquiera que quiera enfrentarse a él. Algo parecido a lo que sucedía en otra película que inspiró a Gilliam para su sátira, El Proceso (The Trial, Orson Welles, 1962), basada en un relato de Kafka, donde tienen lugar una sucesión de situaciones enloquecedoras y alienantes que ironizan la naturaleza intangible de la burocracia y que se puede ver como una gran conspiración gubernamental. Por medio de una atmósfera de pesadilla expresionista se enfatiza la hipocresía e inmoralidad de los grandes cargos con poderes despóticos que abusan de los que están bajo su poder para conseguir más control. En un momento de revelación y de desesperación total, el protagonista de El Proceso, Anthony Perkins, grita: “Ahí está el complot. ¡Intentan hacernos creer que el mundo es demente, deforme, absurdo, caótico e imbécil!”.
Leyes que nadie conoce y que van en contra del individuo, trámites burocráticos eternos que convierten a las personas en sonámbulos. Son pequeños elementos de control, un yugo invisible aceptado. En Brazil, la única manera aparentemente posible de escapar de ella es la imaginación y los sueños, donde nada está regido por leyes y nadie puede vernos. Las situaciones de estas películas, aunque tengan un giro hacia la fantasía, son aún más cercanas a nosotros que las que hablan de una invasión alienígena o la rebelión de las máquinas. Ahora que la información y los datos son tan valiosos y pueden hacer tanto daño, la amenaza de que alguien esté vigilando está siempre constante y no parece existir un lugar seguro.
Pero ¿por qué creemos en conspiraciones? En The Mindscape of Alan Moore (Dez Vylenz, 2003), el bardo de Northampton explica que la mayor conspiración es hacernos creer que hay una conspiración. Es mucho más fácil pensar que hay alguien moviendo los hilos y que todos nosotros somos títeres en una representación macabra. Da más seguridad que haya un todopoderoso que lo controla todo y es el único responsable de los hechos del mundo, que pensar que todo es resultado del azar.
¿La seguridad es una falacia?
Pero, de nuevo, como la falsa libertad, esa seguridad es una falacia. Las conspiraciones, más que ampliar nuestra visión y permitirnos encontrarle algún sentido oculto al mundo, son una nueva prisión invisible y acaban por convertirse en la propia cárcel de la que queremos escapar.

Amaia Zufiaur
Crítica de cine